Cómo vestir un restaurante con estrellas Michelin

Comer en un restaurante de alta cocina es una de las experiencias más enriquecedoras que se pueden vivir a lo largo de la vida. Una experiencia para nuestros cinco sentidos, ya que no solo el gusto se ve privilegiado con la posibilidad de probar un plato elaborado con minuciosidad, dedicación y métrica, sino que la exquisitez también reside en la disposición de la mise en place de la sala.

En un restaurante con tres estrellas Michelin nada es fruto de azar, como el del laureado chef Martín Berasategui, que ya ha colocado este año a su buque insignia, el establecimiento que lleva su nombre, entre los 100 mejores de todo el mundo, según la prestigiosa lista The World’s 50 Best Restaurants. Su comedor, amplio y luminoso, cuenta con un aspecto moderno y vanguardista brindado por unas texturas con predominio de la madera de roble.

A este ambiente se suma la mise en place que se pone en marcha antes de cada servicio. Este término de origen francés que, literalmente, significa ‘puesto en el lugar’, surgió a finales del siglo XIX de la mano del ‘maestro de los maestros’ de la cocina gala, Auguste Escoffier. Hace referencia a la disposición con la que coloca cada elemento de la sala, desde la cubertería y la cristalería hasta la mantelería y el mobiliario, para optimizar el tiempo y conseguir en el cliente un disfrute total que le impida olvidar la experiencia.

Un protocolo que en el restaurante Martín Berasategui se define a conciencia con una preparación medida al milímetro y por patrones de elegancia, pulcritud y coherencia. Coherencia con el alma y la personalidad de su promotor, que impregna cada rincón del restaurante. El chef con ocho estrellas Michelin pretende cada día con su mise en place transmitir su arte gastronómico, su esfuerzo, su disfrute y su valoración del trabajo en equipo en la zona de comedor. Para ello, como él mismo indica, siempre trata de renovarse, tocar la fibra más sensible del cliente, ofrecer el mejor producto y atender con encantadora amabilidad.

Un savoir faire sabio y férreo en el que todo está muy bien conjuntado y en el que la disposición de la sala se conecta a la perfección con el imaginario del chef.

La preparación antes del servicio comienza con la distribución física de las mesas, continúa con la limpieza pulcra y controlada con el paso de cada comensal y finaliza con el montaje sur la table. La mantelería es de suma preocupación, pues colocarla es lo que logra ese toque distinto y distinguido que hace que realmente el comensal se encuentre en un establecimiento con tres estrellas Michelin.

La mantelería acompaña de calidad y delicadeza todos los elementos textiles que visten este restaurante tres estrellas Michelin. Toda ella de lino blanco con una confección altamente cuidada que otorga una elegancia sin igual y que, a pesar de ser un clásico, sigue siendo tendencia en todo el mundo por su sencillez, pureza, calidad y estilo. De ahí que se haya optado por este material, pues la mantelería, al igual que el resto de la decoración, transmite una sensación que ayuda a que los comensales se lleven un grato recuerdo de la experiencia gastronómica.

Asimismo, para que la mantelería aparezca perfecta debe aparecer sin una arruga, ni marcas ni dobleces. Por eso, se plancha por doble, en la lavandería, y se repasa en la mesa justamente antes de que sea montada

Seguidamente, comienza el baile armónico de cubiertos, vajilla, cristalería, elementos de ornamentación o accesorios que se necesiten. Todo ello se distribuye de forma coherente con el resto de la decoración del restaurante, desde el mobiliario hasta el diseño del espacio. La revisión es continúa, una y otra vez, para que todo luzca correctamente y se superponga el confort para crear un ambiente acogedor y una sensación totalmente inolvidable.